Se ha administrado tanto el yoduro de sodio como el potásico para tratar ciertas infecciones producidas por bacterias, actinomicetos y hongos, aunque se prefiere el yoduro de sodio. No se conocen bien los efectos in vivo de los yoduros contra las células micóticas. El yoduro se absorbe fácilmente desde el aparato GI y se distribuye libremente en el líquido extracelular y las secreciones glandulares. El yoduro se concentra en la glándula tiroides (a un nivel 50 veces mayor que los niveles plasmáticos) y en mucho menor grado en las glándulas salivales, lagrimales y traqueobronquiales. El uso a largo plazo de dosis elevadas provoca acumulación en el organismo y yodismo.
Entre los signos clínicos del yodismo están el lagrimeo, la salivación, el aumento de las secreciones respiratorias, la tos, la inapetencia, la piel seca y escamosa, y la taquicardia. En el gato se han registrado cardiomiopatías. Los sistemas de defensa del hospedador, como la disminución de la producción de inmunoglobulinas y la reducción de la capacidad fagocítica de los leucocitos, se ven también afectadas. El yodismo también puede causar abortos e infertilidad.
El yoduro de sodio se ha usado con éxito en el tratamiento de formas cutáneas y cutaneolinfadeníticas de esporotricosis; los intentos de controlar otras infecciones micóticas diferentes con yoduros arrojan resultados equívocos.
La dosis de yoduro de sodio (solución al 20 %) es de 44 mg/kg/día, PO, en el perro, y 22 mg/kg/día, PO, en el gato. La dosis en el caballo es de 125 mL de solución de yoduro de sodio al 20 %, IV, diariamente durante 3 días, luego 30 g, PO, diariamente durante 30 días tras la remisión. La dosis para el tratamiento de la actinomicosis y actinobacilosis en el ganado vacuno es de 66 mg/kg de peso corporal por vía IV lenta, repetida semanalmente. El yoduro potásico nunca debe inyectarse por vía intravenosa.