Las enfermedades óseas suelen ser congénitas o hereditarias, nutricionales o traumáticas. Entre los trastornos congénitos se incluyen malformaciones intrauterinas y atavismos como la polidactilia o cúbito o peroné persistentes en potros; algunos ejemplos de defectos genéticos son las malformaciones atlantooccipitales en caballos de raza Árabe o ciertos casos de ataxia espinal, displasia de cadera canina y formación ósea anormal como la causada por una hipoplasia del paratiroides.
Los defectos óseos debidos a la alimentación son principalmente consecuencia del desequilibrio o deficiencia de minerales, particularmente los oligoelementos como cobre, zinc y magnesio. Las concentraciones de calcio y fósforo también deben estar presentes en la proporción correcta. La osteomalacia representa el clásico ejemplo de desequilibrio o deficiencia en la ingesta de calcio y fósforo. Otros trastornos nutricionales de los animales en crecimiento se deben a una excesiva ingestión de proteína. Tanto la deficiencia como la ingesta excesiva de ciertas vitaminas, especialmente las vitaminas A y D, pueden influir en el crecimiento y el desarrollo óseos. La fisitis aséptica o los trastornos osteocondróticos especiales de las fisis pueden ser consecuencia de una intoxicación por zinc o un déficit de cobre.
Las causas traumáticas de trastornos óseos representan la gran mayoría de los casos e incluyen fracturas, fisuras, contusiones óseas, reacciones periósticas como resultado de traumatismos, formación de secuestros y entesopatías en la inserción de tendones y ligamentos. La incapacidad para soportar el peso, cojera, disminución del movimiento, inestabilidad, dolor, calor o hinchazón suelen acompañar a estos trastornos.
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