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Parvovirus canino

PorAlex Gallagher, DVM, MS, DACVIM-SAIM;Thomas W. G. Gibson, BSc, BEd, DVM, DVSc, DACVSMR;Edward J. Hall, MA, VetMB, PhD, DECVIM-CA;Shauna Blois, DVM, DVSc, DACVIM-SAIM;Alice Defarges, DVM, DACVIM;Arata Matsuyama, DVM, PhD, DACVIM-Oncology, DAiCVIM-Oncology
Revisado/Modificado jun 2020

El parvovirus canino es un virus altamente contagioso que suele causar enfermedad GI en perros jóvenes no vacunados. Los signos de presentación incluyen anorexia, letargo, vómitos y diarrea, que a menudo es hemorrágica. El diagnóstico se suele basar en la anamnesis, los hallazgos de la exploración física y las pruebas de antígeno fecal. El tratamiento es en gran medida de apoyo en forma hospitalaria o ambulatoria porque no hay tratamientos específicos disponibles.

Etiología y fisiopatología del parvovirus canino

El parvovirus canino (CPV) es una causa altamente contagiosa y relativamente frecuente de enfermedad GI infecciosa aguda en perros jóvenes y/o no vacunados. Aunque se desconoce su origen exacto, se cree que surgió del virus de la panleucopenia felina. Es un virus de ADN monocatenario, sin envoltura, resistente a muchos detergentes y desinfectantes comunes, así como a los cambios de temperatura y pH. El CPV infeccioso puede persistir en interiores a temperatura ambiente durante al menos 2 meses; en exteriores, si se protege de la luz solar y de la desecación, puede persistir durante muchos meses y posiblemente años. En América del Norte, la enfermedad clínica se atribuye principalmente al CPV-2b; sin embargo, la infección con una cepa más nueva e igualmente virulenta, CPV-2c, es cada vez más común, habiéndose identificado en al menos 15 estados. Hasta la fecha no se ha identificado ninguna asociación entre la cepa de CPV y la gravedad de la enfermedad clínica.

Los perros jóvenes (de 6 semanas a 6 meses de edad), no vacunados o vacunados de forma incompleta son los más sensibles. Las razas descritas como de mayor riesgo incluyen:

  • Rottweilers.

  • Doberman Pinschers.

  • American Pit Bull Terriers.

  • Springer Spaniel Ingleses.

  • Pastores Alemanes.

Suponiendo una ingestión suficiente de calostro, los cachorros nacidos de una madre con anticuerpos frente al CPV están protegidos de la infección durante las primeras semanas de vida; sin embargo, la sensibilidad a la infección aumenta a medida que disminuyen los anticuerpos adquiridos de la madre. El estrés (p. ej., por destete, hacinamiento, desnutrición, etc.), parasitosis intestinal concomitante o infección entérica por patógenos (p. ej., Clostridium spp, Campylobacter spp, Salmonella spp, Giardia spp, coronavirus) se han asociado con una enfermedad clínica más grave. Entre los perros >6 meses de edad, los machos enteros tienen más probabilidades que las hembras enteras de desarrollar enteritis por CPV.

El virus se excreta en las heces de los perros infectados dentro de los 4-5 días de la exposición (a menudo antes de que se desarrollen los signos clínicos), durante todo el periodo de la enfermedad y durante ~10 días después de la recuperación clínica. La infección se adquiere por contacto oral o nasal directo con heces que contienen virus o indirectamente por contacto con fómites contaminados por virus (p. ej., ambiente, personal, equipamiento). La replicación vírica se produce inicialmente en el tejido linfoide de la orofaringe, con la consiguiente enfermedad sistémica por diseminación hematógena. El CPV infecta preferentemente y destruye las células de rápida división del epitelio de las criptas del intestino delgado, el tejido linfopoyético y la médula ósea. La destrucción del epitelio intestinal de las criptas da lugar a necrosis epitelial, atrofia de las vellosidades, deterioro de la capacidad de absorción y alteración de la función de la barrera intestinal, con el potencial de translocación bacteriana y bacteriemia.

La linfopenia y la neutropenia se desarrollan secundariamente a la destrucción de las células progenitoras hematopoyéticas en la médula ósea y los tejidos linfopoyéticos (p. ej., el timo, los nódulos linfáticos, etc.) y se exacerban aún más por una mayor demanda sistémica de leucocitos. La infección en el útero o en los cachorros <8 semanas de edad o nacidos de madres no vacunadas sin anticuerpos naturales puede causar infección miocárdica, necrosis y miocarditis. La miocarditis, que se presenta como insuficiencia cardiopulmonar aguda o insuficiencia cardiaca retardada y progresiva, puede observarse con o sin signos de enteritis. Sin embargo, la miocarditis por CPV-2 es poco frecuente, porque la mayoría de las perras tienen anticuerpos frente al CPV por inmunización o exposición natural.

Hallazgos clínicos del parvovirus canino

Los signos clínicos de la enteritis parvovírica se suelen desarrollar a los 5-7 días de la infección pero puede variar de 2-14 días. Los signos clínicos iniciales pueden ser inespecíficos (p. ej., letargo, anorexia, fiebre) con progresión a vómitos y diarrea hemorrágica del intestino delgado en 24-48 h. Aproximadamente el 25 % de los perros pueden tener diarrea no hemorrágica. Los hallazgos de la exploración física pueden incluir depresión, fiebre, deshidratación y asas intestinales dilatadas y llenas de líquido. El dolor abdominal justifica una mayor investigación para excluir la complicación potencial de la intususcepción. Los animales gravemente afectados pueden presentar colapso con un tiempo de relleno capilar prolongado, mala calidad del pulso, taquicardia e hipotermia, signos potencialmente compatibles con shock séptico. Aunque se ha descrito leucoencefalomalacia asociada a CPV, los signos del SNC se atribuyen más frecuentemente a hipoglucemia, sepsis o anomalías ácido-base y electrolíticas. La infección no aparente o subclínica es frecuente.

Lesiones

Las lesiones macroscópicas de la necropsia del parvovirus canino pueden incluir:

  • Una pared intestinal engrosada y descolorida.

  • Contenido intestinal acuoso, mucoide o hemorrágico.

  • Edema y congestión de los nódulos linfáticos abdominales y torácicos,

  • Atrofia tímica.

  • En el caso de miocarditis por CPV, estrías pálidas en el miocardio.

Histológicamente, las lesiones intestinales se caracterizan por necrosis multifocal del epitelio de las criptas, pérdida de la arquitectura de las criptas y desprendimiento de las vellosidades. También se observa disminución de tejido linfoide y linfocitos corticales (placas de Peyer, nódulos linfáticos periféricos, nódulos linfáticos mesentéricos, timo, bazo) e hipoplasia de la médula ósea. El edema pulmonar, la alveolitis y la colonización bacteriana de los pulmones y el hígado se pueden observar en los perros que murieron por complicación del síndrome de dificultad respiratoria aguda, síndrome de respuesta inflamatoria sistémica, endotoxemia o septicemia.

Diagnóstico del parvovirus canino

  • Sospecha en base a la reseña, la anamnesis y los signos clínicos.

  • Confirmación por prueba de antígeno parvovírico fecal o PCR vírico.

La enteritis por parvovirus canino debe sospecharse en cualquier perro joven, no vacunado o incompletamente vacunado, con signos clínicos relevantes, especialmente aquellos que viven en un refugio o una perrera de cría. Durante el curso de la enfermedad, la mayoría de los perros desarrollan una leucopenia de moderada a grave caracterizada por linfopenia y neutropenia. La leucopenia, la linfopenia y la ausencia de una respuesta de los neutrófilos en banda dentro de las 24 h del inicio del tratamiento se han asociado con un mal pronóstico.

En el perfil bioquímico sérico puede observarse azoemia prerrenal, hipoalbuminemia (pérdida GI de proteína), hiponatremia, hipopotasemia, hipocloremia e hipoglucemia (debidas a reservas inadecuadas de glucógeno en cachorros jóvenes y/o sepsis, un indicador de mal pronóstico potencial) y un aumento de la actividad de las enzimas hepáticas. Los ELISA comerciales para la detección de antígenos en heces están ampliamente disponibles y tienen una sensibilidad y especificidad de buenas a excelentes, incluso para la cepa CPV-2c de evolución más reciente.

Todos los animales con signos clínicos relevantes deben ser inmediatamente testados, para que se puedan iniciar los procedimientos de aislamiento apropiados. La mayoría de los perros clínicamente enfermos eliminan grandes cantidades de virus en las heces. Sin embargo, se pueden observar resultados falsos negativos al principio del curso de la enfermedad (antes del pico de excreción vírica), por el efecto de dilución de la diarrea de gran volumen, o después de la rápida disminución de la excreción vírica que tiende a ocurrir en 10-12 días de infección (3-4 días después del desarrollo de los signos clínicos). Pueden observarse resultados falsos positivos a los 4-10 días de la vacunación con vacuna viva modificada.

Las formas alternativas de detectar el antígeno CPV en las heces incluyen la prueba de PCR, la microscopía electrónica y el aislamiento del virus. El serodiagnóstico de la infección por CPV requiere la demostración de un aumento de cuatro veces en el título de IgG sérica durante un periodo de 14 días o la detección de anticuerpos IgM en ausencia de una vacunación reciente (dentro de las 4 semanas). Esta prueba rara vez se usa.

Tratamiento y pronóstico del parvovirus canino

  • Los perros sospechosos o confirmados de tener parvovirus canino se deben aislar inmediatamente de otros perros para evitar la propagación de la infección.

  • El tratamiento se basa en cuidados de soporte, que incluyen fluidoterapia y electrolitos, apoyo nutricional, antieméticos y antibióticos.

Los principales objetivos del tratamiento de la enteritis por parvovirus canino incluyen la restauración de líquidos, electrolitos y anomalías metabólicas y la prevención de la infección bacteriana secundaria. En ausencia de vómitos significativos, se pueden ofrecer soluciones electrolíticas orales. La administración SC de una solución electrolítica equilibrada isotónica puede ser suficiente para corregir déficits de líquidos leves (<5 %), pero es insuficiente para perros con deshidratación de moderada a grave. La mayoría de los perros se beneficiarán de la fluidoterapia IV con una solución equilibrada de electrolitos. La corrección de la deshidratación, la reposición de las pérdidas continuas de líquidos y el mantenimiento de las necesidades de fluidos son esenciales para un tratamiento eficaz. Se debe controlar a los perros para detectar el desarrollo de hipopotasemia e hipoglucemia. Si los electrolitos y la concentración sérica de glucosa en sangre no pueden controlarse rutinariamente, la suplementación empírica de fluidos IV con potasio (cloruro de potasio 20-40 mEq/L) y dextrosa (2,5-5 %) es apropiada.

Si la pérdida de proteína GI es grave (albúmina <2,0 g/dL, proteína total <4,0 g/dL, evidencia de edema periférico, ascitis, derrame pleural, etc.), se debe considerar la terapia coloidal. Los coloides no proteicos (p. ej., pentalmidón, hidroxietilalmidón) pueden administrarse en bolos (5 mL/kg, máximo de 20 mL/kg) durante al menos 15 min. El resto de la dosis máxima de 20 mL/kg puede administrarse en infusión continua durante 24 h, disminuyendo el volumen de cristaloides administrados en un 40-60 %. Puede haber preocupación con respecto a la coagulopatía o la lesión renal aguda con el uso de soluciones de hidroxietilalmidón, según estudios en humanos. Los estudios veterinarios son limitados. Alternativamente, la transfusión de plasma fresco congelado puede reemplazar parcialmente la albúmina sérica mientras proporciona inhibidores de la proteasa sérica para contrarrestar la respuesta inflamatoria sistémica. No hay pruebas que apoyen el uso de suero de perros recuperados de enteritis por CPV (suero convaleciente o hiperinmune) como medio de inmunización pasiva.

Los antibióticos están indicados debido al riesgo de translocación bacteriana a través del epitelio intestinal dañado y a la probabilidad de neutropenia simultánea. Un antibiótico betalactámico (p. ej., ampicilina o cefazolina [25-50 mg/kg, IV, cada 6-8 h]) proporcionará una cobertura adecuada frente a bacterias grampositivas y anaerobias. Para los signos clínicos graves o neutropenia pronunciada, cobertura adicional de gramnegativas (p. ej., enrofloxacino [5-20 mg/kg, IM, IV o SC, cada 12-24 horas] o gentamicina [9-12 mg/kg, IV, IM o SC, cada 24 horas]). Los antibióticos aminoglucósidos no deben administrarse hasta que se haya corregido la deshidratación y se haya establecido la fluidoterapia. El enrofloxacino se ha asociado con lesión del cartílago articular en perros de crecimiento rápido de 2-8 meses de edad y debe suspenderse si se desarrolla dolor o tumefacción articular. Las cefalosporinas de segunda o tercera generación (p. ej., cefoxitina, ceftazidima, cefovecina, otras) también pueden considerarse por su espectro de actividad relativamente amplio frente a bacterias grampositivas y gramnegativas. El tratamiento antibiótico solo suele ser necesario durante un periodo corto (p. ej., 5-7 días).

El tratamiento antiemético está indicado si los vómitos son prolongados, perpetúan la deshidratación y las alteraciones electrolíticas o limitan la administración oral de medicamentos y el apoyo nutricional. En perros con enteritis por CPV, el maropitant (1 mg/kg, IV o SC, cada 24 horas) y el ondansetrón (0,5 mg/kg, IV lenta, 1 vez; después 0,5 mg/kg, infusión IV, durante 1 hora) parecen ser igualmente eficaces para controlar el vómito. La metoclopramida (0,2-0,5 mg/kg, PO o SC, cada 6-8 h, o 5-20 mg/kg/h en infusión continua) puede considerarse como antiemético, así como por sus efectos procinéticos, especialmente en perros con estasis gástrica importante. El vómito puede persistir a pesar de la administración de antieméticos. En estos casos, puede estar justificada la valoración de otras causas de vómito, como la intususcepción. No se recomiendan los antidiarreicos, ya que la retención del contenido intestinal dentro de un intestino afectado aumenta el riesgo de translocación bacteriana y complicaciones sistémicas. Un protocolo exitoso para el tratamiento ambulatorio (utilizado en el hospital) de perros con enteritis parvovírica consiste en maropitant (1 mg/kg/día, SC), cefovecina (8 mg/kg, SC, cada 14 día) y fluidos cristaloides SC (tres veces al día), con una tasa de supervivencia del 80 % en comparación con el 90 % con un protocolo de hospitalización. Un protocolo similar utilizado en un entorno ambulatorio real tuvo una tasa de supervivencia similar (75 %).

Las recomendaciones anecdóticas previas para el tratamiento nutricional de la enteritis por CPV incluían la retirada de alimentos y agua hasta el cese de los vómitos. Sin embargo, las pruebas sugieren que la nutrición enteral precoz se asocia con una mejoría clínica precoz, un aumento de peso y una mejor función de la barrera intestinal. Para los perros anoréxicos, la colocación de una sonda nasoesofágica o nasogástrica para la alimentación continua de una dieta líquida preparada (ya sea una dieta líquida comercial o una dieta enlatada diluida) debe instaurarse dentro de las 12 h siguientes a la hospitalización. Una vez que el vómito ha remitido durante 12-24 h, se recomienda la reintroducción gradual de agua y una dieta blanda, baja en grasa y fácil de digerir, comercial o casera (p. ej., pollo hervido o requesón y arroz bajos en grasa). La nutrición parenteral parcial o total se reserva para los perros con anorexia >3 días que no toleran la alimentación enteral.

En un estudio reciente, el trasplante de microbiota fecal utilizando 10 g de heces de un perro sano diluidas en 10 mL de solución salina y administradas por vía rectal 6-12 h después del ingreso de perros con infección por parvovirus, se asoció con una resolución más rápida de la diarrea y un tiempo de hospitalización más corto (mediana 3 días, frente a 6 días con un tratamiento estándar).

El oseltamivir es un agente antivírico, por lo general utilizado para tratar las infecciones por el virus de la influenza en las personas. En un único estudio publicado de enteritis por CPV de origen natural en perros, el tratamiento con oseltamivir (2 mg/kg, PO, cada12 h, durante 5 días) no disminuyó la duración de la hospitalización, ni la gravedad clínica de la enfermedad ni la mortalidad. Sin embargo, los perros tratados no experimentaron pérdida de peso o una disminución en el recuento leucocitario, como se observó en los perros de control no tratados. El potencial de inducción de resistencia a fármacos frente a los virus de la influenza humana o aviar ha llevado a algunos a cuestionar la idoneidad de la administración de oseltamivir a los animales. Otros tratamientos coadyuvantes, como el factor estimulante de colonias de granulocitos humanos recombinantes, la proteína recombinante bactericida/incrementadora de la permeabilidad y el interferón omega felino, no han demostrado ser beneficiosos.

La intususcepción, la colonización bacteriana de los catéteres intravenosos, la trombosis, la infección del tracto urinario, la septicemia, la endotoxemia, el síndrome de dificultad respiratoria aguda y la muerte súbita son complicaciones potenciales de la enteritis por CPV. La mayoría de los cachorros que sobreviven a los primeros 3-4 días de la enfermedad se recuperan por completo, normalmente en una semana. Con los cuidados de apoyo adecuados, el 70-90 % de los perros con enteritis por CPV sobrevivirán. Los perros que se recuperan desarrollan inmunidad a largo plazo, posiblemente de por vida.

Prevención y control del parvovirus canino

Para limitar la contaminación ambiental y la diseminación a otros animales sensibles, los perros con enteritis por CPV confirmada o sospechada deben manejarse con estrictos procedimientos de aislamiento (p. ej., alojamiento de aislamiento, uso de batas y guantes del personal, limpieza frecuente y completa, pediluvios, etc.). Todas las superficies se deben limpia de materia orgánica grosera y luego desinfectarse con una solución de lejía diluida (1:30) o un desinfectante de peroxígeno, peroximonosulfato de potasio o peróxido de hidrógeno acelerado. Se pueden utilizar las mismas soluciones en los pediluvios para desinfectar el calzado.

Para prevenir y controlar la CPV, se recomienda la vacunación con una vacuna viva modificada a las 6-8, 10-12 y 14-16 semanas de edad, seguido de una dosis de recuerdo 1 año más tarde y luego cada 3 años. Debido al daño potencial del CPV a las células miocárdicas o cerebelosas, están indicadas las vacunas inactivadas en lugar de las vivas modificadas en las perras gestantes o en los cachorros privados de calostro vacunados antes de las 6-8 semanas de edad. Se ha sugerido que la presencia de anticuerpos frente al CPV adquiridos por vía materna puede interferir con la eficacia de la vacunación en cachorros <8-10 semanas de edad. Sin embargo, las actuales vacunas de virus vivos modificados son suficientemente inmunogénicas para proteger a los cachorros de la infección en presencia de niveles bajos de anticuerpos maternos interferentes, y la vacunación de cachorros de 4 semanas con una vacuna de alto título de antígeno da lugar a seroconversión y puede disminuir la ventana de sensibilidad a la infección. Los productos vacunales actuales protegen igualmente bien contra el CPV-2 que frente a otras cepas del virus.

Como se describió anteriormente, el CPV puede permanecer viable en el medio ambiente durante un periodo prolongado. En las perreras, refugios u hospitales, las jaulas y el equipo deben limpiarse, desinfectarse y secarse dos veces antes de volver a usarse. Se pueden aplicar los mismos conceptos a una situación doméstica. La eliminación de material orgánico contaminado es importante en situaciones al aire libre donde no es factible la desinfección completa. Los desinfectantes se pueden aplicar en exteriores con mangueras de rociado, pero la desinfección será menos eficaz que cuando se aplica en superficies interiores limpias. Solo los cachorros completamente vacunados (a las 6, 8 y 12 semanas) o los perros adultos completamente vacunados deben introducirse en el hogar de un perro recientemente diagnosticado con enteritis por CPV. La vacunación de refuerzo de los perros sanos en contacto que están al día en la vacunación frente al parvovirus es razonable pero potencialmente innecesaria dada la larga duración de la inmunidad al CPV.

Puntos clave

  • El parvovirus canino es una causa muy contagiosa de enfermedad GI aguda en perros jóvenes no vacunados.

  • El diagnóstico se basa en la reseña, la anamnesis, los signos de presentación y la prueba de antígeno vírico fecal o PCR vírica.

  • El tratamiento requiere cuidados de apoyo con líquidos, antieméticos, antibióticos y soporte nutricional.

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