La peste es una enfermedad bacteriana súbita y a veces mortal causada por la bacteria Yersinia pestis. Se transmite principalmente por las pulgas de las ratas y otros roedores. Esta es la enfermedad, a menudo llamada peste negra, que se extendió por Asia y luego Europa en el siglo XIV. Más de 25 millones de personas (un tercio de la población) murieron de esta enfermedad en Europa entre 1347 y 1352. Los brotes devastadores de esta enfermedad se repitieron con regularidad durante los siguientes 200 años.
Hoy en día esta enfermedad se puede controlar con antibióticos y otros medicamentos; sin embargo, no se ha erradicado. Hay un pequeño número de casos en animales silvestres en el oeste de EE. UU. y en todo el mundo, incluyendo Eurasia, África y América del Norte y del Sur. Cada año se registran una media de 10 casos de peste humana en EE. UU.; la mayoría proceden de Nuevo México, California, Colorado y Arizona. La infección en los perros es extremadamente rara.
Yersinia pestis se mantiene en el ambiente en un ciclo natural entre las especies de roedores sensibles y sus pulgas asociadas. Las especies de roedores comúnmente afectadas son las ardillas de tierra y los roedores del género Neotoma. Los perros suelen estar expuestos a la bacteria por contacto oral con secreciones o tejidos de un roedor o conejo infectado o por la picadura de una pulga infectada. Potencialmente, las pulgas infectadas se pueden transportar a los hogares.
Hay tres formas de peste: bubónica, septicémica y neumónica. La peste bubónica causa inflamación de los nódulos linfáticos. La peste septicémica se produce cuando la peste se disemina a través de la sangre y afecta a múltiples órganos internos (como el bazo, el hígado, el corazón y los pulmones). La peste neumónica se refiere a la peste que afecta a los pulmones (neumonía); se desarrolla a partir de una peste septicémica no tratada o de gotitas infecciosas diseminadas por la tos de los individuos afectados.
Los perros son inherentemente resistentes a las bacterias que causan la peste. Los perros que se infectan con la peste tienen menos probabilidades de mostrar signos de enfermedad que los gatos infectados. Los signos pueden incluir fiebre, letargo, inflamación de los nódulos linfáticos debajo de la mandíbula inferior, una lesión similar al pus a lo largo de la mandíbula, lesiones en la boca y tos.
Debido a la rápida progresión de esta enfermedad, el tratamiento de la sospecha de peste (y las prácticas de control de la infección) deben iniciarse antes de obtener un diagnóstico definitivo con cultivos bacterianos. Su veterinario le recomendará un antibiótico como tratamiento estándar.
Junto con el tratamiento y las consideraciones de diagnóstico, la protección de las personas y otros animales y el inicio de las intervenciones de salud pública son fundamentales cuando se sospecha que un animal tiene la peste. Incluso antes de que se realice el diagnóstico, los animales con signos que sugieran la presencia de la peste se deben aislar y se han de aplicar medidas de control de la infección para protegerle a usted y a su familia, a otros animales domésticos y a cualquier otro animal o persona que haya estado en contacto con la mascota infectada.
Para disminuir el riesgo de exponer a los animales domésticos y a los humanos a la peste, los propietarios de animales domésticos de las zonas en las que se puede encontrar la enfermedad deben evitar que sus mascotas vaguen y cacen, limitar su contacto con los cadáveres de roedores o conejos y utilizar un control adecuado de las pulgas. Su veterinario puede sugerirle el producto de control de pulgas más apropiado para su mascota.
Consulte también el contenido para veterinarios sobre la peste.