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Respuestas del sistema inmunitario en los perros

PorIan Rodney Tizard, BVMS, BSc, PhD, DSc (Hons), DACVM
Revisado/Modificado jun 2018

La función principal del sistema inmunitario es defender al organismo de invasores extraños o células anormales que lo invaden o atacan. Para hacer esto, el sistema inmunitario debe distinguir entre lo "propio" y lo "no propio". Al reconocer los microorganismos invasores (como los virus), los agentes químicos u otras sustancias extrañas que son "no propias", el organismo puede protegerse a sí mismo del ataque. Las sustancias que estimulan una respuesta inmunitaria en el organismo se denominan antígenos. Los antígenos pueden estar contenidos dentro o sobre bacterias, virus, otros microorganismos o células cancerosas. Los antígenos también pueden existir por sí mismos, por ejemplo, como polen o moléculas de alimentos. Una respuesta inmunitaria normal consiste en reconocer un antígeno extraño, movilizar fuerzas para defenderse de él y atacarlo.

Hay tres líneas de defensa frente a los invasores: las barreras físicas, la inmunidad no específica (o innata) y la inmunidad específica (o adaptativa). En la inmunidad inespecífica y específica intervienen varios glóbulos blancos.

Barreras físicas

Las primeras líneas de defensa frente a los invasores son las barreras mecánicas o físicas. Estas incluyen la piel, la córnea del ojo y las membranas que recubren los tractos respiratorio, digestivo, urinario y reproductor. Mientras estas barreras permanezcan intactas, muchos invasores no pueden penetrarlas. Sin embargo, si se rompe una barrera (p. ej., si la piel se rompe por una herida), el riesgo de infección aumenta.

Además, las barreras físicas están defendidas por bacterias "buenas" que viven en la zona y por secreciones que contienen enzimas que pueden destruir las bacterias dañinas. Algunos ejemplos son las lágrimas en los ojos, las secreciones del tracto digestivo y la "flora intestinal" normal (bacterias) que viven en el tracto digestivo.

Inmunidad no específica

La inmunidad no específica (innata) está presente al nacimiento. Se llama así porque sus componentes tratan todas las sustancias extrañas de la misma manera. La inflamación aguda es el proceso más importante implicado en la inmunidad no específica. Durante la inflamación, los glóbulos blancos (como los neutrófilos y los macrófagos) viajan rápidamente desde la sangre a los tejidos para destruir los organismos invasores y eliminar las células lesionadas. Otros glóbulos blancos implicados en la inmunidad no específica son los monocitos (que se convierten en macrófagos), los eosinófilos, los basófilos y las células natural killer ( ver también Glóbulos blancos de los perros). Estos tipos no específicos de glóbulos blancos suelen actuar por sí mismos para destruir a los invasores. El sistema del complemento y las citocinas son moléculas producidas por el sistema inmunitario que también participan en la inmunidad no específica.

Tabla
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Inmunidad específica

La inmunidad específica (adaptativa) no está presente al nacimiento; se adquiere. A medida que el sistema inmunitario encuentra diferentes antígenos, aprende la mejor manera de atacar a cada antígeno y comienza a desarrollar una memoria para ese antígeno. La inmunidad específica se denomina así porque adapta su ataque a un antígeno específico previamente encontrado. Se necesita tiempo para desarrollar inmunidad específica después de la exposición inicial a un nuevo antígeno; sin embargo, cuando el antígeno se encuentra en el futuro, la respuesta es más rápida y más eficaz que la generada por la inmunidad no específica. La inmunidad específica implica la acción de los linfocitos (linfocitos B y T), anticuerpos, células presentadoras de antígenos y citocinas.

La mayoría de las vacunas actúan estimulando el desarrollo de inmunidad específica. Las vacunas se han desarrollado para muchas enfermedades en animales y son una forma eficaz de potenciar la respuesta inmunitaria.

Desarrollo de una respuesta inmunitaria

Para destruir a los invasores, el sistema inmunitario debe reconocerlos primero. Puede hacer esta distinción porque todas las células tienen marcadores únicos en su superficie que las identifican. Una célula con marcadores en su superficie que no son idénticos a los de las células del propio organismo se identifica como extraña. El sistema inmunitario ataca entonces a esa célula.

Algunos glóbulos blancos (linfocitos B) reconocen a los invasores, o antígenos, directamente. Cuando un linfocito B reconoce el antígeno y se adhiere a él, produce anticuerpos que recubren la superficie del virus o de la bacteria para evitar que se multiplique o infecte a otras células. Este proceso se llama neutralización. Los anticuerpos también marcan a los invasores extraños para que otras defensas inmunitarias puedan encontrarlos y atacarlos. Para evitar respuestas inmunitarias inapropiadas, los linfocitos B suelen necesitar "permiso" de los linfocitos T colaboradores para producir anticuerpos.

Los linfocitos T son glóbulos blancos que también necesitan la ayuda de las células que primero ingieren al invasor y lo rompen en fragmentos. Los fragmentos se presentan entonces a los linfocitos T para que puedan reconocerlos y destruirlos. Estos linfocitos colaboradores se denominan células presentadoras de antígeno.

Antígenos y linfocitos T

Después de la eliminación de un microorganismo infeccioso, la mayoría de las células inmunitarias y los anticuerpos que combatieron la infección desaparecen. Sin embargo, un pequeño grupo de células inmunitarias de "memoria" permanece en el cuerpo. Si las células de memoria se exponen más tarde a un antígeno que recuerdan, ayudan al organismo a responder mucho más rápido y con una respuesta más fuerte. Esta es la razón por la que las vacunas tienen éxito en la prevención de muchas enfermedades. Las vacunas preparan al sistema inmunitario para responder rápidamente exponiendo los linfocitos T y B a los antígenos presentes en el microorganismo infeccioso.

Tipos de trastornos del sistema inmunitario

El sistema inmunitario no siempre funciona correctamente. Los trastornos del sistema inmunitario, llamados trastornos inmunomediados, se producen cuando el sistema inmunitario está hiperactivo o poco activo. Los trastornos que resultan de un sistema inmunitario poco activo, llamados inmunodeficiencias, ponen a los animales en mayor riesgo de contraer infecciones. Por otra parte, un sistema inmunitario hiperactivo puede atacar partes de su propio organismo que identifica erróneamente como extrañas, causando lo que se conoce como un trastorno autoinmunitario. En otras ocasiones, el sistema inmunitario reacciona de forma exagerada a los invasores extraños produciendo demasiados anticuerpos u otras sustancias químicas (lo que se conoce como hipersensibilidad o reacciones alérgicas). Hay cuatro clasificaciones generales o tipos de estos trastornos.

Reacciones de tipo I (anafilaxia)

Las reacciones de tipo I son respuestas inmunitarias excesivas desencadenadas por anticuerpos, mastocitos y eosinófilos. Incluye reacciones alérgicas, la más grave de las cuales es la anafilaxia. La anafilaxia es una reacción alérgica inmediata poco frecuente, potencialmente mortal, a algo que ha entrado en el organismo (p. ej., ingerido o inyectado). En un sistema inmunitario normal, la unión de un antígeno a un anticuerpo activa varias células, que producen sustancias químicas como las histaminas. En la anafilaxia, el organismo activa un número excesivo de células, dando lugar a la producción de un gran número de histaminas y otras sustancias químicas. Estas sustancias químicas pueden afectar a varios órganos, como los vasos sanguíneos y los músculos. La gravedad de la reacción depende del tipo y la cantidad de antígeno, la cantidad de anticuerpos producidos y la vía de exposición. Entre los agentes que pueden causar reacciones anafilácticas y alérgicas se encuentran los insectos que pican, las vacunas, los medicamentos, los alimentos y los productos sanguíneos. Los signos más comunes incluyen inquietud, excitación, hinchazón de la cara, babeo, vómitos, dolor abdominal, diarrea, dificultad para respirar, shock, colapso, convulsiones y muerte.

Reacciones de tipo II (reacciones citotóxicas mediadas por anticuerpos)

Las reacciones de tipo II se producen cuando un anticuerpo se une a un antígeno presente en la superficie de sus propias células. Este complejo anticuerpo-antígeno activa entonces una serie de proteínas destructoras de células llamadas complemento, lo que provoca la muerte celular y daño tisular. Una infección puede desencadenar esta reacción, o los anticuerpos "de reacción cruzada" pueden dirigirse a las células normales. Algunos animales parecen nacer con un mayor riesgo de padecer este trastorno.

Los signos de hipersensibilidad de tipo II varían y dependen del órgano en el que se produce la reacción. La destrucción inmunomediada de los glóbulos rojos y las plaquetas son las reacciones de tipo II más comunes. La piel y los músculos son otros objetivos potenciales. El método de diagnóstico también varía según el órgano afectado. El tratamiento de apoyo consiste en la eliminación del agente infeccioso (si se determina) y el tratamiento farmacológico antiinflamatorio o inmunosupresor.

Reacciones de tipo III (enfermedad por inmunocomplejos)

Las reacciones de tipo III se producen cuando un gran número de complejos antígeno-anticuerpo se alojan en determinados órganos, causando daño en los vasos sanguíneos. Hay muchas razones posibles para la presencia continua de antígenos, incluidas las infecciones persistentes, el cáncer y la exposición a largo plazo a los antígenos inhalados. Además, pueden producirse respuestas de anticuerpos a determinados fármacos, sobre todo en el caso de fármacos de acción prolongada o que se administran de forma continua durante un largo periodo de tiempo. Algunos animales pueden reaccionar y producir anticuerpos frente a los antígenos propios. Sin embargo, en muchos casos, la causa de la enfermedad no es identificable.

Las zonas afectadas con mayor frecuencia son las articulaciones, la piel, los riñones, los pulmones y el cerebro. Los signos varían y pueden incluir fiebre, lesiones cutáneas, cojera que cambia de una pata a otra, articulaciones dolorosas o hinchadas, cambios de comportamiento, vómitos, diarrea y dolor abdominal. Una enfermedad por inmunocomplejos se suele diagnosticar con análisis de sangre, biopsias y descartando otras causas de la enfermedad. El tratamiento suele incluir el tratamiento de apoyo para el órgano afectado, la eliminación del agente causal o el tratamiento de la infección (como el tratamiento antibiótico apropiado para la infección bacteriana). Es posible que se necesiten antiinflamatorios para detener la formación continua de inmunocomplejos y para disminuir la inflamación asociada a estas reacciones.

Reacciones de tipo IV (reacciones mediadas por células)

La hipersensibilidad de tipo IV o retardada se produce más de 24 horas después de la exposición del organismo a un antígeno. A diferencia de los otros tipos de reacciones que implican a los anticuerpos, las reacciones de tipo IV implican a las células inmunitarias, como los linfocitos T y los macrófagos. Los antígenos responsables del desarrollo de las reacciones de tipo IV pueden proceder de bacterias, parásitos, virus, sustancias químicas y ciertas células. Este tipo de reacción puede producirse en cualquier órgano. Por esta razón, los signos serán variables. La reacción se diagnostica basándose en la exclusión de otras causas de enfermedades específicas de órganos y mediante pruebas de laboratorio en el tejido. Los objetivos del tratamiento son proporcionar un tratamiento de apoyo basado en el proceso de la enfermedad específica del órgano, identificar (si es posible) y eliminar la fuente del antígeno que causa la reacción, y controlar la inflamación y la inmunosupresión.

Para más información

Consulte también el contenido para veterinarios sobre las respuestas del sistema inmunitario.