La inflamación de la piel puede ser producida por numerosos agentes, entre los que se incluyen irritantes externos, quemaduras, alérgenos, traumatismos e infecciones (bacterianas, víricas, parasitarias o fúngicas). Puede ir acompañando a una enfermedad interna o sistémica concomitante; también pueden estar implicados factores hereditarios. Las alergias forman un grupo importante de factores etiológicos, especialmente en pequeños animales.
La respuesta de la piel al daño se denomina genéricamente dermatitis y se manifiesta como una combinación de prurito, descamación, eritema, engrosamiento o liquenificación de la piel, hiperpigmentación, seborrea grasienta, olor y alopecia.
La progresión habitual de la enfermedad de la piel implica un desencadenante subyacente (síndrome de enfermedad) que causa lesiones primarias como pápulas, pústulas y vesículas. El prurito es un signo clínico común en muchas enfermedades y, en afecciones que no son intrínsecamente pruríticas, está a menudo presente debido a infecciones secundarias o como resultado de la producción de mediadores inflamatorios. A medida que progresan los cambios inflamatorios, se desarrollan costras y descamación. Si el proceso afecta a la dermis profunda, puede aparecer exudación, dolor y pérdida de la piel.
Suelen desarrollarse infecciones secundarias bacterianas y por levaduras como resultado de la inflamación de la piel. Cuando la dermatitis se hace crónica, los signos agudos de inflamación (p. ej., eritema) remiten y las lesiones primarias quedan enmascaradas por los signos de la inflamación crónica (engrosamiento de la piel, hiperpigmentación, descamación, seborrea). A menudo, la piel se vuelve más seca; si el prurito no es un componente del desencadenante subyacente, con frecuencia se desarrollará en esta fase. La resolución de la dermatitis requiere la identificación de la causa subyacente y el tratamiento de infecciones secundarias u otras complicaciones.